miércoles, 1 de julio de 2009

LA AUTENTICIDAD COMO IDEAL MORAL. CHARLES TAYLOR Y LA MODERNIDAD


Richard Antonio Orozco C.


Charles Taylor es un canadiense francófono agudo crítico de la modernidad, quien sin embargo no ha sucumbido en la cómoda posición extremista de proponer el ‘todo o nada’. Se ha negado a ser reconocido con el apelativo de comunitarista pues él mismo no se considera algo distinto de un liberal. Ha desarrollado una comprensión historicista de los conceptos claves con que los sujetos modernos logran su autocomprensión resaltando así el carácter mayormente descontextual de dichos términos.
Una segunda crítica, no menos importante, es la emprendida contra el ideal moderno de ‘autenticidad’ que bien puede ser considerado el emblema moral de nuestras sociedades contemporáneas y que es defendido con especial devoción junto al nihilismo y al subjetivismo moral.
Taylor explica que nuestro concepto de autenticidad proviene del concepto de ‘autonomía’ que se forjó en el siglo XVIII, y del aporte de los románticos del siglo XIX quienes más bien desarrollaron el concepto de ‘autorrealización’. La autonomía del siglo XVIII significaba una identificación – sumisión – de la voluntad a los mandatos de la razón. La autorrealización de los románticos fue más bien una ilusión bastante sentimental sobre las posibilidades del individuo. El concepto de ‘autenticidad’ es más propio del siglo XX y puede quedar explicado muy bien con esa famosa frase de Shakespeare: “sé fiel a ti mismo”.
La crítica que Taylor formula es hacia el evidente vacío referencial de un ideal que no tiene en qué sostenerse. Ser fiel a uno mismo es tan carente como insensato y, por supuesto, pierde el carácter rector de todo ideal moral. Es entonces que Taylor intentará mostrarnos una posibilidad de recuperación para este ideal inconsistente. La mirada de Taylor no es hacia un deber ser normativo a priori que intentara explicar cómo debe ser un ideal moral; sino que este autor se centra en la facticidad de nuestra identidad. Somos siempre un reflejo de un ‘nosotros’ y por tanto si hemos de ser auténticos no lo somos hacia un yo que en sí mismo, independiente de sus relaciones, es un sin-sentido.
La autenticidad es una relación, pero esta no relaciona al yo con el yo mismo, pues pierde todo carácter y consistencia moral. La autenticidad es una relación entre el yo y los orígenes mismos de la identidad, es decir, el mundo inclusivo de relaciones y dependencias sociales. Un ejemplo puede ayudarnos a ver mejor ambas posibilidades. Para quienes defienden la autenticidad como una relación entre el yo y el yo, podrían responder a la pregunta “¿cómo sería yo si hubiese nacido en Londres en el siglo XV?”; para quienes entienden que la autenticidad – y la identidad – nos liga al mundo de relaciones y dependencias sociales, dicha pregunta resulta sin-sentido: simplemente no sería yo.
No obstante, nuestras sociedades liberales han forjado el ideal moral de la autenticidad y lo defienden como si de hecho de él dependieran caminos significativos y modos de ser apropiados. Taylor ha mostrado en cambio que este tipo de sociedad, carga a sus individuos con tres malestares paradójicos, pues aunque parecen ser virtudes resultan siendo insufribles. Los tres malestares que Taylor ha apuntado son: a) el individualismo. Este es un logro de la modernidad, pues es el reconocimiento del individuo por sobre el grupo. Es el aprecio de sus logros, de sus virtudes y posibilidades. Sin embargo, Taylor lo muestra como un malestar, pues como dice “hemos achatado nuestras vidas”. Así pues, lloramos solos nuestras derrotas y gozamos solos nuestras victorias. Quizá el mejor reflejo de lo que Taylor quiere mostrar esté expresado en el título de la ya célebre novela de Milan Kundera: La insoportable levedad del ser. El ser se nos ha vuelto insoportable por lo ligth, por lo chato, por lo escaso, por lo inubicable. Taylor anota que el individualismo está asociado a un subjetivismo moral, es decir cada uno sabe lo que es bueno para cada uno, que en el fondo resulta siendo bien comodón. La expresión más patética de este comodón subjetivismo es la respuesta típica que sabemos dar a toda pretensión de corrección: “tú no te metas conmigo, yo no me meto contigo”. Para todos nosotros, sin embargo, puede ser evidente que dicho individualismo nos agota y entristece. b) El otro malestar es la primacía de la razón instrumental, eso quiere decir la asfixiante presencia de la racionalidad del mercado cuya única medida es la ley de costo-beneficio. Dicho criterio está bien para realizar las compras, pero cuando esto explica nuestras relaciones de amistad, amor o la misma relación profesor-alumno, entonces sabemos que algo se ha distorsionado. La racionalidad del mercado se vuelve más agobiante incluso, cuando las decisiones políticas son tomadas bajo ese único criterio. Entonces 200 familias no importan si son afectadas, mientras se beneficie a dos ciudades enteras. También puede ser evidente cuán distorsionada se ve a la política con este criterio de decisión. c) el tercer malestar es el desinterés político. Como corolario de los anteriores, a nadie le importa el compromiso político – el trabajo hacia el bien común – salvo, por supuesto, cuando ese compromiso político genera dividendos hacia el individuo. Lo que prima no es la política – en su más propio sentido – sino el interés personal. Pero el desinterés político tiene sus consecuencias pesadas, cuando nos damos cuenta que una ciudadanía desinteresada, que no fiscaliza, se hace víctima fácil de la corrupción, del populismo, del engaño y del fraude. Taylor, pues, nos muestra cuán débil es nuestra autenticidad que pretenda relacionarnos hacia un yo que es individual, subjetivista, mercantil y desinteresado políticamente.

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